Por primera vez en 25 años pareciera ser que mi país, Venezuela, tiene una oportunidad real de lograr un cambio de gobierno por la vía democrática del voto. Sin embargo, intento no emocionarme y mantener mi esperanza al mínimo. La desesperanza aprendida y la indefensa adquirida ya son parte de mi mecanismo de defensa para enfrentar la realidad de mi país. Hemos pasado demasiadas cosas en los últimos años. No quiero ilusionarme en vano. En mi país, tenemos una relación complicada con las elecciones. Conscientemente, unos días antes de las elecciones me abastecí de alimento, porque uno nunca sabe qué pueda ocurrir, y si algo ocurre lo mejor es que te agarre con alimento en casa. En Catia, el barrio donde vivo, se escucha “compren velas, por si acaso”. Todo parece estar normal, sin embargo, tengo una semana que no logro dormir más de 4 horas en la noche. La ansiedad toma mi cuerpo y trato de poner en práctica todas las herramientas que conozco para gestionarla. Un dolor de cabe...
Reflexionar
sobre el último año es un buen ejercicio que me gusta practicar cada que cumplo
años, lo práctico desde hace al menos 8 años y me permite ser más consciente de
mis propios procesos personales. No recuerdo exactamente lo que deseé cuando
cumplí mis 22 años, hace un año, pero estoy seguro que sea lo que sea que haya
deseado se quedó corto con lo que he vivido y experimentado.
Durante
el último año viví procesos emocionales internos de sanación y estuve expuesto
a experiencias externas físicas y emocionalmente exhaustivas, la enfermedad
vino a mi familia para enseñarnos cuán unidos podemos ser ante esas
circunstancias, una persona llegó a mi vida de una forma inesperada para
mostrarme todo lo que soy capaz por amor y enseñarme que a veces perder el
equilibrio por amor es parte de vivir una vida equilibrada y finalmente gané un
proceso de deconstrucción personal que me permitió redefinir quién soy y volver
a sentir una conexión con mi esencia.
Pasé
de un proceso de perdón y reconciliación en el cual gané auto-confianza, a un
proceso de apertura que me condujo a la necesidad de practicar el desapego y
ahora mismo me encuentro en un proceso de trascendencia.
He
aprendido en los últimos meses que el apego puede o no ser algo dañino, para
saberlo es importante sensibilizarse a la energía de aquello a lo que te estás
aferrando para ver si es una buena oportunidad de expandirte y crecer. No hay
recompensa en aferrarse a algo que no expande ni a tu consciencia ni a tu alma,
si es así hay que ser lo suficientemente fuerte para dejarlo ir. Aprendí
también que ninguna relación se agota, porque todos somos eternos. La relación
evoluciona, se transforma pero persiste. Y aprendí que la palabra amor no se
conjuga con el verbo hacer, sino con el verbo ser; porque si eres amor todo lo
que hagas será amor.
Los 23 años están llegando a
mi vida en un momento de apertura, que comprende soltar, confiar y fluir. Ya no
busco la estabilidad, porque en un mundo tan cambiante la estabilidad es una
ilusión. En su lugar, busco la plenitud y la expansión, porque en medio del
caos la plenitud se convierte en mi ancla y la expansión en mi propósito.
Un año se pasa rápido, pero
en él pueden suceder muchas cosas. Si todo esto me pasó a mis 22 años, ya estoy
ansioso y emocionado por vivir lo que este próximo año me espera ¡Ya son 23!
“Deja de actuar tan pequeño,
eres el universo completo en movimiento de éxtasis”
-
Rumi
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