Por primera vez en 25 años pareciera ser que mi país, Venezuela, tiene una oportunidad real de lograr un cambio de gobierno por la vía democrática del voto. Sin embargo, intento no emocionarme y mantener mi esperanza al mínimo. La desesperanza aprendida y la indefensa adquirida ya son parte de mi mecanismo de defensa para enfrentar la realidad de mi país. Hemos pasado demasiadas cosas en los últimos años. No quiero ilusionarme en vano. En mi país, tenemos una relación complicada con las elecciones. Conscientemente, unos días antes de las elecciones me abastecí de alimento, porque uno nunca sabe qué pueda ocurrir, y si algo ocurre lo mejor es que te agarre con alimento en casa. En Catia, el barrio donde vivo, se escucha “compren velas, por si acaso”. Todo parece estar normal, sin embargo, tengo una semana que no logro dormir más de 4 horas en la noche. La ansiedad toma mi cuerpo y trato de poner en práctica todas las herramientas que conozco para gestionarla. Un dolor de cabe...
Hasta hace poco me
di cuenta que ser joven no significaba nada, que ser joven es realmente una
condición de la vida que todos debemos atravesar, y que ser joven no es
garantía de cambios, de innovación o de cosas buenas per sé. Eso es solo una
cantidad de estereotipos que se han fijado sobre quienes pertenecemos a este
grupo etario, y que se fundamentan en los anhelos frustrados de las
generaciones pasadas y que además es reforzado por numerosas investigaciones
sobre el tema donde los jóvenes representamos a los salvadores del mundo y sus
vicios.
Físicamente, los
jóvenes somos más enérgicos -a menos que se padezca de alguna condición de
salud que no lo permita- sin embargo, esto no implica que nuestra energía se
disponga para la transformación, los cambios y el avance.
Con mi equipo hemos
estado teniendo esta conversación desde finales del año pasado y sobre cómo
podemos aprender de las experiencias del movimiento feminista para darle algún
sentido al movimiento de juventudes que es transversal a todos los demás
movimientos y causas, aplicando conceptos como brecha de sueños, techo de
cristal y conciencia de género a la realidad de las juventudes.
Lo últimos cinco
años he estado abocado al empoderamiento de jóvenes y de por sí la palabra empoderamiento además de ser cliché en
estos tiempos, es además superflua.
Los jóvenes líderes
“empoderados” que son socialmente responsables acortan las brechas de sueños de
otros jóvenes para quienes ellos son inspiración, pero los primeros no
necesariamente ayudan a romper los techos de cristal de los segundos. En su
lugar, muchas veces colocan más capas de cristal a esos techos que ellos mismos
han creado, con el único objetivo de salvaguardar sus privilegios los cuales se sustentan en sus mismas inseguridades personales.
No quiero ser quien
desmerita a su propia generación, evidentemente yo también creo que los jóvenes
tenemos una posibilidad en este momento de hacer las cosas diferente y cambiar
la realidad a todos los niveles; pero todo dependerá si tomamos las decisiones
individuales y colectivas en la dirección acertada. De lo contrario seremos la
próxima –de tantas- generación frustrada que no pudo cambiar el mundo –o al
menos su país o comunidad- y que transmite su anhelo a la próxima generación de
jóvenes con la esperanza de que ellos si puedan hacerlo.
Me rehúso a no apoyar al otro, a no abrirle
oportunidades, a no acortar brechas de sueños y a no romper techos de cristal.
En eso estoy trabajando.
Nota importante: Este concepto – Conciencia Joven
– aún está en co-construcción, no hay nada fijo, todo está en movimiento, se construye
y deconstruye a la vez, con el objetivo de avizorar unas nuevas juventudes para
nuestro país, nuestra región y el mundo.
Lo estamos
consultando con varias organizaciones. Este post se escribe incompleto, he sacado
ideas inconclusas. Abro la discusión si deseas aportar a esto.
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